
Y salir de viaje, otro gran placer. Una se iba de viaje y daba gusto vivir esas experiencias. Ya en la preparación empezaban las emociones. Una cogía el coche, o el barco, por ejemplo, y las cosas empezaban a ser extraordinarias. Todo era extraordinario. El mismo balanceo del barco, el olor del mar. El camarote, toda una aventura. Esas camas tan divertidas. Era divertido también asearse al compás de las olas. O comer en el restaurant del barco. Había por allí otras personas en la misma situación y se podían hacer amigos. Una buena charla sobre una hamaca en proa. La brisa marina en la cara. En bañador. Tomando el sol en la cubierta del barco. Y llegabas a destino y todo eran maravillas. Visitabas una ciudad nueva, desconocida, parabas a comer en el mejor restaurant, que alguien había recomendado. O en una pastelería. Te tomabas unos vinos en una tasca de otro país, en Italia, en Grecia. Una se sentía viva, en forma. Las cosas se veían de otra manera. No había rutina. La gente era extraordinaria. Viajar, otro de esos grandes placeres que hecho tanto de menos.