
En la cubierta del buque, con Julio, contemplo el atardecer. Hace calor, la brisa apenas se nota. Es un instante ideal para las confidencias y le hago una. En Santa Cruz de Tenerife, tres marineros bajaron para correrse una juerga por los tugurios del barrio de putas. Estaban a punto de dar parte de su desaparición a la policía cuando llegaron acompañados de cuatro mujeres negras. Iban borrachos, las mujeres también, armaron un gran escándalo hasta que se durmieron. Eran prostitutas y les habían prometido una vida cómoda si embarcaban. En la península sería distinto. Durante cuatro días pasaron por todos los camarotes, bastaba con pagar cien pesetas a los marinos. El capitán del barco nunca dijo nada. Al final, ya nadie quería saber de las putas, se habían aburrido de ellas. Fue en Tánger donde las desembarcaron a la fuerza, asustadas y sucias. ¿Qué podían hacer en un sitio tan inhóspito como Tánger? ¿Cómo regresarían a su país? Me acosté con ellas varias veces. No me arrepiento, las mujeres parecían divertirse. Pero con sus ojos inyectados me vigilaron con una angustia indescriptible.